Una mujer
cruza tu mirada y te lanza su boca. Le dices que has soportado todas las
noches, pero ni una más.
“¿Es una
amenaza?”, te responde. Es una oportunidad, te sugiero que te vayas
desvistiendo. La mujer retrocede y te niega con la mano. Niega tus noches,
niega tu boca, pero afirma tu mirada, te confirma que ha llegado para despedir
tu soledad.
Una mujer, esa
mujer, avanza para decirte tal vez que le gusta que la desnuden. Te dice, sin
embargo, que vayas más despacio. Tu vas a paso ligero, de hecho pareces un
militar.
Recapacitas.
Hablas con ella de la música sabia del deseo, esa que falta en los pequeños
garitos del casco antiguo. Un dedo suyo sube por tu brazo y caracolea por tu
chaqueta. Con la otra mano hace un gesto a tu dirección, te envía una carta sin
remitente.
Su nombre,
olvidabas que no sabes su nombre. “¿Cómo me llamo allí donde estoy?”, te
pregunta y no disimula la sonrisa. Tú debes ser Ariadna aquí, aunque desconozco
cómo te llamarán en otras noches. Tal vez Rosa, Esperanza, Gloria o Soledad.
“Todos esos son mis nombres, ahora tienes que decirme algo que deseo y algo que
no deseo”
“Yo soy el
creado por ti, tu pequeño hombre, aunque por poco tiempo: tienes sólo una noche
de vida”. Las palabras cayeron de mi boca y yo apenas conocía su significado.
La mujer de
los múltiples nombres me abrazó, me cogió de la mano y enlazó mis deseos con una noche que yacía templada y abierta en el local del Perro Negro.
Ella misma
abrió la puerta y a mí me pareció una ventana adornada con figuras extrañas
pero hermosas. El viento golpeó mis dientes. Había un bullicio de borrachos y
cristales rotos. Los pisábamos sin apenas detenernos a averiguar qué disputas
los habían esparcido. Su pelo, antes rojizo por las luces, era ahora negro
obsidianado.
Me mandó detener
mis pensamientos, su voz era un eco anteriormente escuchado. Desde la noche de
los tiempos yo había escuchado esa voz. Nos dirigíamos a un lugar que
conocíamos ambos.
El viento
deformaba su figura. Yo temblaba. El frío era aterrador. Quería decirle que
parara, que parara.
“Ten
paciencia, te gustará el sitio a donde vamos, es oscuro como el útero, pero
cálido como un abrazo”.
Llegamos. Me
pidió ayuda para abrir la puerta. Había piedrecillas en el suelo. “Me han
cortado la luz, así que no te molestes en buscar el interruptor”. Soltó mi mano
y yo noté que algo se desgajaba, algo añorado por tanto tiempo. Sentí ganas de
llorar. Ella se llevó las manos a los ojos.
Recordé que
antaño jugaba en una casa parecida a esta. Las noches eran lagos en que hundir el
llanto. Encendió varias velas. La miré. Su cara había cambiado totalmente, era
una anciana nerviosa que me susurraba:
“Soy tu madre, la noche eterna,
tus ojos completamente redondos”.
ÁNGEL
NO SUPO VOLAR
Ángel salió de su casa, cerró la puerta con llave y enfiló hacia la calle. Bajó un piso, y nada más
poner un pie en el siguiente escalón oyó un estruendo. Subió de nuevo y vio que
la puerta y la pared de su casa habían desaparecido. Miró hacia abajo y alcanzó
a ver: la pared y la puerta seguían cayendo. Sin embargo, todo el mobiliario
seguía allí, flotando sobre el vacío. Estuvo algún tiempo paralizado, sin saber
que hacer, repasando uno a uno los objetos de valor. No podía imaginar qué
había pasado con los pisos de abajo y aún menos qué destino les deparaba a los
objetos que caían al vacío. Ángel no se atrevía a poner un pie dentro. Llamó al
timbre. Entró a la casa del vecino.
Se
trataba de un piso de estudiantes. La mesa del comedor estaba llena de colillas
y de cartones de bebidas.
-No, no quiero nada.
Ángel no podía dejar de mirar al
techo.
-¿Es que hay alguna araña?
Jordi no podía comprender qué
significaban los gestos de Ángel, que señalaba hacia arriba y musitaba
“increíble”.
-Quiero que veas una cosa, sube conmigo a mi
piso. Será sólo un momento.
Ángel
le indicó que pusiera un pie en su casa, que él entraría a continuación.
-Dame la llave. La puerta está cerrada.
Ángel
no lo podía creer, Jordi no veía que la pared y la puerta ya no estaban.
Decidió seguirle el juego.
-Toma, la llave.
Jordi
abrió con miedo. Esperaba lo peor. Fue andando sigilosamente por toda la casa y
no encontró nada digno de atención. Nada excepto la foto de dos personas
mayores en el lugar que tal vez debiera ocupar su novia o su esposa. Cogió la foto
y se dirigió hacia la puerta.
-¿La foto es de tus padres?
-Sí. No la quiero, tírala al vacío.
-¿No te gusta?
-¡La odio!
Jordi
estampó el portarretratos contra el suelo. La foto estaba intacta, un poco
doblada, pero se podía reutilizar. Jordi salió a afuera y entonces Ángel le
contó todo lo que había visto. Jordi no tenía ninguna explicación.
-¿Me puedo quedar con la foto?
-Haz lo que quieras.
A
la mañana siguiente tocaron a su puerta. Abrió sin echar un ojo por la mirilla.
-¡Ángel!, ¿qué hace en tu puerta una foto
nuestra?... ¡y pintarrajeada!
Ángel
cogió la foto. La repasó de arriba abajo, pero no pudo evitar fijar su atención
en el suelo. Y entonces deseó que no lo hubiese, deseó caer al vacío. Se
disculpó ante sus padres y procuró cerrar sin dar portazo. Rápidamente fue al
trastero y cogió una taladradora. Estuvo haciendo agujeros hasta altas horas de
la noche. Entonces escuchó la voz de su padre:
-¿No es más fácil hacerlo por la ventana?
Utiliza la cabeza.
Por
una vez hizo caso a su padre. Cogió la foto, la arrugó -y casualidad-, los
basureros haciendo su trabajo, así que, bola minúscula, la tiró cuando pasó
el camión. Sus padres no supieron volar.
Él
tampoco supo volar. Cuando despertó estaba en casa de Jordi, le dolía todo el
cuerpo y le dolían todas las personas que le preguntaban cómo estaba.
NADIE ECHÓ A VOLAR...
Supe que estaba vivo, lo supe cuando alcé la
vista y ella pronunció estas palabras:
-¿No esperarás que esta gordita eche a volar?
No
pude evitar reír. Pero reculé:
-¡No, no me quería reír de ti!
Lo
dije con una voz que me asustó. “Este chico quiere perder la vida”. “La CIA me
persigue, está enfocando un satélite hacia mí”. Tenía miedo de contárselo. Oía
voces. No quería quedar al descubierto.
Lo
supe después: estaba vivo porque había conseguido llorar. Mi llanto hundía sus
raíces en la tierra, lo sentía a la misma distancia que la pequeña muerte.
Antes, ella, Patricia, había dibujado un corazón en el vaho del coche y lo
había tachado. Después, los dos se fueron juntos. Ahí lo supe: mis días como
trabajador en el tranvía de la playa habían acabado. Uno de los pintores se
apiadó de mí, me invitó a merendar, pero ya no tenía nada que hacer allí: me
dirigí hacia la consulta.
Estaba
cansado, cansado de luchar contra mi enfermedad y cansado de la realidad. “Todo
el mundo me graba”. “Lo hacen para burlarse de ti”. “Me quieren humillar”.
A
mitad de camino me encontré con uno de los amigos de ella. Tenía los ojos
inyectados en sangre. Quería llevarme a alguna parte. Sujetaba entre sus manos
un móvil igual al mío. Todo iba cobrando sentido. Me despedí y me incorporé:
estaba apoyado en una verja, apunto de desmoronarme y ser tragado por la
tierra.
Desconocía
que pudiese haber tanto sufrimiento en mí. Pero lo peor, lo que hacía
justificable ese sufrimiento, es que venía de fuera, “Eres un masoquista, ¿por
qué sino te torturas tanto?”. “Yo no lo he buscado”. Las palabras eran olvidadas
pero volvían como un eco. Cuando conseguí llegar la tierra ya no era un
escondite seguro.
Le
conté todo lo que supe recordar. Me invitó a registrar la habitación. Pero
tenía miedo a que todo fuera cierto. Me senté de nuevo y le dije:
-¿Por qué ha tenido que pasarme a mí?
Me
cogió de la mano. Era la primera vez que lo hacía. No eché a volar. Ella
tampoco. Hizo una llamada y me vi enseguida en el Hospital, confesándole al
psiquiatra que yo era Fernando Valero, un hombre famoso perseguido por la CIA,
que ya nada tenía que hacer en la tierra.
DISCORDIAS
Me despertó Ernesto. Me había quedado dormido.
Se lo expliqué todo. Carlos ya estaba allí. Él mismo me respondió:
-Alfredo, bienvenido de nuevo a la discordia.
-Bienvenido tú, cabrón. Qué mal me lo has
hecho pasar.
-Por cierto, Alfredo –ahora quien hablaba era
Ernesto-, no dejes las ventanas abiertas, así van a entrar bichos.
Estaba
un poco más hinchada. Probablemente algún chaval la había dejado embarazada.
Ese día había ido como tantos otros a pillar costo a casa de la gitana.
-Un talego.
-Aquí tienes.
-Gracias.
-Hasta luego.
Ella
sabía que yo iba a volver. Puede que no hoy, o mañana, pero seguro me dejaba
caer por ahí esa semana. E igual volvía con un ramo de flores. No, eso no le
gustaría. Quizás un collar que me vendió un gitano. Eso podría servir.
Se dirigió hacia su casa y, por
fin, pensó, pudo hacerse un canuto. Lo armó su compañero de piso. “Hoy invito
yo”. Ernesto se lo enchufó primero. No hacía mucho que había hecho una gran
fumada con marihuana. La casa se volvió un submarino. Es un submarino ahora
mismo, cuando Ernesto me pasa el porro y yo, agradeciéndole su amabilidad le
empiezo a contar cómo era la panza de la rubia que había visto en casa de la
gitana.
Alfredo le daba caladas al
cigarrillo de hachís, compulsivamente. Precisamente hablaban de ella. Cosas
soeces, de su bocas sólo salían exabruptos que revoloteaban caprichosos y
traviesos entre el humo blanco que producían sus bocas y el pitillo. Ernesto se
levantó para ver como estaba Carlos. Alfredo ni se acordaba.
No le saludé. No le pregunté qué
tal estás, me dejé guiar sólo por la satisfacción de un deseo primario. No sé
qué buscaba cada vez que me llevaba un porro a la boca, ni por qué Carlos se
encontraba mal precisamente en un momento como este No me dio tiempo a resolver
nada. De un momento para otro Carlos se mareó y tuvimos que llevarlo al
Hospital.
Mientras diagnosticaban a Carlos
Alfredo y Ernesto tuvieron tiempo para hablar. Todavía no se les había pasado
el efecto del hachís. Sobretodo le perduraba a Alfredo, que andaba nervioso por
los pasillos intentando dar una explicación a todo esto. Ahora se preguntaba
por qué demonios había olvidado a Carlos, pero, ¿y si él se había puesto así
para llamarle la atención, para decirle “si sigues fumando el próximo serás
tú”? Ernesto estaba mucho más sereno, tanto, que se adelantó a la enfermera:
-Carlos, responde, ¿quién quieres que se
quede contigo esta noche?
-Ernesto... Ernesto...
No
cabía duda ni más respuesta que rogarle cuidase de él.
Derrotado en muchos sentidos, tal vez en
todos si tuviese fuerzas como para coger un diccionario y comprobarlo. Alfredo,
ha acabado para ti esta noche, será mejor que tires todo el hachís a la basura.
Es
verdad, hacía tiempo que me había distanciado de Carlos, pero, ¿por qué?,
¿habíamos seguido cada cual nuestro camino trillado? Rubia, ¿por qué no estás
aquí y me ayudas a resolver estas dudas?, ¿por qué no dormimos hoy juntos y
te olvidas de tu hijo y de ese desgraciado?
Alfredo, ¿por qué deliras? Sube
ya los escalones y métete en la cama. Mañana podrás ir a visitar a Carlos.
Pero
él, es decir, yo, tenía que regodearme en la desgracia, hundir aún más el pie
en el lodo. Cogí el pedrusco de hachís, lo quemé y empecé a deshacerlo. Nunca
había olido tan mal. Eché el tabaco por encima, lo mezclé pensando en la rubia
retorciéndose sobre mí. Encima puse el papel, le di la vuelta y lo armé.
Poco
a poco sentía que me iba haciendo efecto. No podía quitarme a Ernesto y a
Carlos de la cabeza. Trataba de ahogar mis penas en el humo blanco, humo no
compartido. Abrí las ventanas. Sentía que me estaba angustiando. Me senté en el
sofá. La cabeza me daba vueltas. ¿Soy yo el culpable?, ¿Por qué a él y no a mí?
Rubia, quiero verte.
De
repente, tenía los ojos cerrados y veía imágenes, se iban formando poco a poco.
Primero la rubia. Era su cara, su bonita cara en medio de la oscuridad. Y ahí
estaba yo, a punto de besarla.
UNA NOCHE
Siempre me
pongo sentimental cuando hablamos acerca de lo que parecíamos aquella noche.
Mientras al vinilo se le acababan las pistas, a mí me surgían unas ganas
tremendas, efímeras al fin y al cabo, de demostrarte y demostrarle al mono
pensante, shakespeariano, que éramos los únicos en enterarnos de qué iba el
mundo. Y en parte era verdad. Nuestro mundo quedaba reducido a un par de
manzanas.
- ¿Te apetece una?
- ¿Ahora te vuelves una
conquistadora?
Y todo volvía
a ser como antes del cambio genético, esa separación entre nuestros ancestros
que condujo a una malformación favorable a la que nombran con frases como
“andaba erguido”.
- Tranquilo, no tenemos
antepasados comunes, además, qué más da, no vamos a tener hijos, tú no quieres.
- No es eso, se trata de qué van
a pensar nuestros padres.
- ¿Y dónde está el problema?, ¿yo
no lo veo por ninguna parte?
Quise
contestar, pero cuando levanté la cabeza para mirarla a los ojos y buscar algo
más que una reacción infantil, ella me puso los brazos en los hombros.
- Bailemos.
No
bailé aquella noche. Ella insistía en que no había nada oscuro en ello. Sus
padres abrirían la puerta y nos verían una vez más, en el sofá,"jugando" con sus
nombres. “Apártate de mí”, me diría ella. Y yo, impedido por su orden, seguiría fingiendo "pureza".
Pero
no, aquella noche sus padres no tocaron antes de entrar. De hecho nadie pasó
por esa puerta que a posteriori fue el camino de vuelta al paraíso.
No
recuerdo lo que le dije. No fue una orden, o tal vez sí, creo que sí, le ordené
que fuera al dormitorio de sus padres. Sabía que eso a ella le excitaba. Me
llevé la estatuilla del mono escondida allí donde ella la viese. Ella lo
percibió en seguida, la sacó y la estampó contra la pared. Sus ojos eran tan
definitivos.
Todavía
hoy pienso que fue liberador. Todo aquello de sus padres y hacerme el
gilipollas delante suyo. Todo por conseguirlo. Lo tenía bien planeado. Estaba
esperando mi momento. Doctora, perdone la retórica banal pero no puedo evitar
ponerme sentimental cuando hablo de aquella noche.
DESAPARECIÓ
Buscaba pruebas que dejasen
de inculparme, pero la única prueba era yo, yo era el que tenía que demostrarme
que jamás había hecho semejante cosa. “¿Y qué hay de la historia que nos
contaste? Aquella chica, de catorce años, dime, ¿qué le hiciste?”. Era una
mentira, sólo conté una batallita para sorprender a mis amigos, en realidad
solo fue un beso, creo que no pasó nada más. “Tienes que acordarte, a mí no me
jodas chaval, tu has visto muchas películas”. ¿Y quién no ha visto muchas
películas hoy en día?, yo me las he tragado todas. “Dinos, chaval, ¿en cual te has
basado?”.Quiero un abogado. “Tú no tienes derecho a un abogado, no tienes derecho
a estar vivo, pero iré a tu juicio a cerciorarme de que pases toda tu vida en
la prisión.” No, y no diré nada más.
Afuera había revuelo. Salí a
la calle. Necesitaba hablar con alguien, a poder ser un amigo, de confianza, él
o ella, quien me dijese que todo era falso, que la foto que tenía en la cartera
no era la chica que encontraron muerta en un pueblo de la provincia A., de
infeliz memoria.
Me lo repetía una y otra
vez. Pero necesitaba reconstruir mi pasado. No podía preguntarle a sus padres,
nos habíamos distanciado. Mis amigos de por entonces no querían saber de mí,
las amigas de ella me echaban la culpa por haberla dejado abandonada en un
puesto de socorro. Traté de explicárselo. Traté de explicarme con todos. Ese
día habíamos bebido. Ambos. Volvíamos de la cala y nos perdimos en unos
cañaverales. No sabíamos como volver a la ciudad. Yo la seguía. Ella estaba
jugando. A mí no me hacía ni puta gracia, el amanecer me parecía mezquino y
cruel. Poco a poco se oscureció la zona.
Toqué a la puerta. Sólo estaba
Ernesto en casa. Necesito contarte algo.
-¿Todavía sigues con esa historia? No tienes nada de
que preocuparte. Tú no hiciste nada.
- Todavía tengo un juicio pendiente. Y no, no lo
olvido. Últimamente estoy recordando más detalles.
-¿Por qué no te echas una novia y te olvidas de
todo?
- Puede que tengas razón, ¿sabes cuanto tiempo hace…
-¿Que no follas? Mucho tiempo, ya lo sé.
- No me refería a eso, ¿te crees que pienso en eso
con todo lo que me ronda?
- A ver, ¿a qué te refieres?
- Te decía, que hace mucho tiempo que no vuelvo por
allí… si visitase el lugar tal vez lograría recordarlo todo.
- No es buena idea, si te viesen por allí pensarían
que estás escondiendo alguna prueba, o colocando alguna nueva. No es buena
idea, ya lo sabes.
Al otro lado de la carretera
se veían los troncos talados, y ceniza. Pasaban coches sin detenerse. Tuvimos
una discusión. Paró un seat azul platino adornado con logotipos de discotecas.
Le dije que no subía, que nos quedásemos a esperar a otro. No me hizo caso. Al
día siguiente me despertaron mis padres.
- Tienes una llamada.
Fui corriendo hacia la
mesita. Al otro lado del teléfono la voz no era de ella.
- ¿Qué ha pasado con mi hija? No ha venido y ya son
las tres de la tarde. ¿Está contigo? Dime que está contigo, por favor...
Volví
a la ciudad andando. Estuve cuatro horas soportando la mañana estival del
levante hasta que llegué a las afueras. Cogí el autobús. Estuve recordando qué
habíamos hecho en la cala. Todo fue muy dulce. Cuando desapareció estuvo a
punto de disparárseme la paranoia. Hoy, cuando gran parte de los psicólogos me han
diagnosticado que me "identifico con el enemigo", me da miedo pensar que durante
el juicio, pueda dar falso testimonio e incriminarme castigándome de forma
definitiva por algo que no hice.
DEFINIR LA REALIDAD
Bajé temprano a comprar el pan.
Flotaba la luz entre todo lo visible, el aire estaba iluminado, como suspendido. Mi frente se abría ventanal y transformada a lo que cruzase la
acera, o lo que es igual, el mundo. Me topaba con otros ojos que estaban
abiertos a mi espumareda y se me ocurría pensar que ellos, todos ellos, me
conocían y sólo habían nacido para observarme. Sus madres les habían enseñado
que cuando me viesen subieran los párpados y me observasen.
No podía
entrar a la tienda. La dependienta probablemente me reconocería y echaría a
reír, confundiéndome.
Me notaba tan
ligero que tenía que hacer fuerza con mis pies contra el suelo para notar el
apoyo o el choque. Sin darme cuenta fui recordando. La experiencia le dice a
uno que muchos recuerdos están pasados por la censura, e incluso que son
alterados sustancialmente. Aun así era de lo poco entre lo real a lo que me
podía agarrar. Cuando estudiaba
Filosofía intenté definir la realidad, sin darme cuenta que era un escapismo,
una fuga hacia lo intelectual. Intenté definirla con fórmulas abstractas como
“la totalidad concreta, creyéndome en mi megalomanía, que podía conocer toda
esa totalidad concreta. La realidad convertida en una abstracción, o, mejor
dicho, en un robo. Me la habían usurpado. Pero eso ya era decir demasiado. Eso
implicaba que algún día la había tenido entre mis manos. No hay realidad sin
futuro, no hay realidad si no se vive al
día, el día, en el espacio que nos es dado reinventar.
Volví a mi
casa. Mi padre mostraba una preocupación compulsiva por mí. Esa era mi
realidad. No las teorías filosóficas. Sentirme como Gregorio Samsa, atrapado,
observado como un insecto. Fui a la cocina y me hice un café. Llamé a mi padre
y le dije que no había podido, que fuese él. Después de todo tenía que hacer
las paces con este y aquel día.
CUENTO QUE SE BIFURCA
Érase una vez un niño que tenía
ideas paranoides. Todas las noches eran la misma. El niño no conseguía dormirse
o, si se dormía, iba corriendo a la cama de sus papás y les contaba que una
araña lo tenía atrapado en sus redes. En el peor de los casos era un barrunto
de voces lo que no le dejaba conciliar el sueño. Sus padres, que le cuidaban
mucho, no podían explicar porque su hijo los odiaba tanto. Le daban todos los
cariños, no le castigaban en exceso, le compraban algún regalo de vez en
cuando. Su hijo no estaba hecho para ir al colegio ni para quedarse en el
Hospital. Su única familia eran sus padres y su hermano. Su hermano iba al
colegio todas las mañanas y, al volver, hacían juntos los deberes. Era el único
momento de paz.
Un
día decidió escaparse de casa. Quería tener amigos. Al poco de caminar topó con
un colegio. Desde detrás de las verjas estuvo buscando a su hermano. Gritó su
nombre varias veces pero no aparecía. Tal vez se hubiese equivocado de colegio.
Una niña se acercó a la verja y le preguntó.
- ¿A quién buscas?
- A mi hermano.
- ¿Cómo se llama?, ¿cómo es?,
¿cuántos años tiene?
El
niño de nuestro cuento se sentía aturdido por tanta pregunta. Pensaba que
quería indagar, que así no encontraría a su hermano.
- ¿Cómo te llamas?- preguntó
ella.
- Álvaro.
FINAL A
Dijo su nombre, pero, cuando
pensó lo que había hecho retrocedió y huyó asustado. Corrió buscando su casa,
pero no sabía el camino de vuelta. Lo estuvo buscando toda su vida...
FINAL B
… ¿y tú?
-Sonia… espera, le voy a decir a
mi profe que te deje pasar.
Álvaro
no entendía nada. Estaba nervioso. Una nube blanca cubrió el sol. Pudo entrar.
ATRAPADO POR ESCRIBIR
Mientras le sujetaban la diestra
–él solía trabajar con esa mano-, se lo gritaban, se lo repetían y él escribía.
Escribía como un mercenario al que no le pagan. Un cuento, quién sabe, acabaría
engrosando las estanterías de las bibliotecas si es que alguien conseguía
descifrar las letras.
-Vamos, escribe sobre la puta de
tu madre, o sobre el comepollas de tu padre.
La
musa, esa palabra hueca que llenamos con nuestras fantasías.
Obviaba las
palabras.
No sucumbir al
desánimo.
Sudor anegando cualquier soporte, un folio.
- ¿Te cansas ya de escribir?,
¿ahora comprendes que no hay que cuestionar lo sagrado? Lo sagrado es lo sagrado y punto
Sus
labios no podían articular sonidos. Su zurda era incapaz. Cómo tener la certeza
de que su mensaje llegaría a un Alto Mando. Tal vez si hubiese un Luis XVI o un
De Gaulle que no se atreviese a encarcelar a su Voltaire o a su Sartre. No
reniega de lo que ha hecho, sin embargo quiere pensar que es posible el sentido
común en los gobernantes actuales. Quiere pensar que su maestría a la pluma,
puede convencer. Pero la dictadura no entiende de estilo. Él escribía de
memoria, algo ya sabido, ya leído una y mil veces por los gerifaltes. Y algo
suyo. Su estilo tan discutido en las tertulias de los cafés. Sus largas e
intrincadas frases que volvían loco a lo más culto de una sociedad de la cual
renegaba, pero a la que estaba dispuesto a conmover con ese afán de
universalidad que siempre le había motivado.
El
verdugo seguía gritándole, insultándole sin ningún motivo aparente. Él sabía
que hacía su trabajo, pero, ¿eso era un motivo? Se le pasó por la cabeza que
podía decirle algo para convencerlo y que cejase en su empeño maníaco. No podía
hablar. Decidió que, una vez más, era mejor emplear la palabra escrita para
convencer, no a él, sino a un supuesto superior.
No
percibía siquiera que estaba asustado y tan absorbido por la escena que no
había caído en la cuenta: la orden debía provenir de un superior, y si le
habían ordenado que escribiese es porque le habían reconocido. Y empezó a
dudar. ¿Y si en realidad sólo conocen su labor propagandística? No le dio
tiempo a resolverlo, no le dio tiempo a argumentar sobre el papel ni a escribir
una nota de despedida. Vanas son las palabras, y sin embargo, lo último que
hará…
Y
oyó un disparo. Y otro. Y ya no pudo.
VENDAS
Sus amigos ya se lo veían venir.
Pensaban que este chico acabaría loco tarde o temprano. Pero lo cierto es que
al menos una persona, de entre todos ellos, provocó el brote. Ese día amanecieron
con la mesa llena de botellas de whiskey y un hedor a tabaco y a hachís no
disimulado por el incienso. La noche anterior habían estado jugando a vendarse
los ojos. Al menos una persona, de entre todos ellos, había comprobado como
Fernando se transformaba en una persona muy agradable, elegíaca incluso, capaz
de traducir en bellas palabras la borrachera de los demás sólo con cubrir sus
ojos con un manto oscuro. Pero Laura no sospechaba que acabaría en sus brazos,
poco después, ese efebo tan deseado por lo morboso de su locura.
Mientras
aquella noche paseaban y lo que antes era un “el mundo es una mierda” ahora se
volvía un “fíjate, la calle huele a romero, siento que la oscuridad es bella,
la ciudad es un laberinto por el que tú me guías seguro”. Ella percibía que no
le quedaba mucho tiempo en libertad, pronto sus padres lo internarían en el
psiquiátrico. Pese a todo había descubierto que con una venda dejaba de tener alucinaciones y se concentraba mejor en la
conversación. Esa noche y por el resto de las noches que les quedaban juntos
hicieron el amor sin que sus fantasmas les agobiasen. Laura no podía esperar
que todo aquello fuese a acabar. Sin embargo, lo hizo. Fernando se quitó la
venda. Ella no se explica todavía por qué se le ocurrió.
Él me lo contó
cuando coincidimos una temporada – al fin y al cabo muy tópica- en el
manicomio. Me explicó que ya estaba cansado de ser un invidente, cuando el
aspiraba a ser un visionario. No le importaba no poder transmitir sus
pensamientos. Se conformaba con ver lo que otros no veían. Charlando durante
las comidas me narraba que había comprendido en que consistía la vida. La vida
consistía, ni más ni menos, en una oscuridad de la cual uno sale para ver
negras las cosas. Yo le replicaba que la experiencia me decía lo contrario: uno
lo ve todo negro y es entonces cuando se hace la oscuridad. Claro, pensando
así, a mí me estaba reservado un futuro mejor. Al año de conocernos yo estaba a
punto de reincorporarme a la sociedad. Fue entonces cuando me dediqué a buscar a
Laura. Fui a la ciudad X, donde ambos vivían antes del desafortunado suceso. No
la encontré por más que busqué en los bares que frecuentaban ambos. Fui a la
Facultad de Psicología, a la de Bellas Artes, a Filosofía y Letras. Pregunté
por ella de acuerdo a las señas que me había dado. Probablemente se hubiese
desentendido de todo. Llevará ahora una vida tranquila, alejada de los locos
como nosotros, pensé. No tuve más remedio que ir a comunicárselo.
“No hay ni
rastro de tu chica, lo siento”. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, apoyando la
mano en mi hombro me dijo que ella le había visitado hace poco. “¿Y qué
cuenta?”. “Nada -me dijo-, me contó que quería saber como me sentía, pero yo
creo que se puso una venda porque no soportaba la visión del manicomio”. Nada más.
NUESTRO MODELO
En el Hospital no había quien le
igualase. A falta de un referente visible, es decir, alguien que mejorase a
nuestros ojos y permaneciese allí para darnos ánimos, lo elegimos a él, a
Héctor. Él era nuestro ídolo, nuestra verdad. Sobre todo para Paco. Paco era
incapaz de decir algo que se saliera de los márgenes de lo establecido, pero
aplaudía cada vez que Héctor piropeaba a las cocineras, saltaba por encima de
cierta norma o hacía un chiste muy de su
gusto y de muy poco para los empleados del centro. Paco nos andaba contando sus hazañas, a cada cual más increíble y no por ello mentira aunque sí – por ello-
más difícil de creer, bueno, yo me entiendo –lo cual no es tarea fácil para ninguno de nosotros-. El caso es que un día le dio por decir que se había acostado con tal
enfermera, la cual –él creía- tenía algo que ver con nosequé futbolista de
primera división o qué sé yo. Lo andaban contando a todo el mundo. Si ya es
bastante difícil distinguir, imagínese con dos de atar tomándole el pelo a
personas que las pobres están muy graves. Yo porque soy duro de engañar, ¿sabe usted?... pero por lo que le voy a
contar me tiene que pagar por lo menos el autobús. Mire, resulta que allí en el
Hospital tenemos muy poco espacio, nos conocemos todos y la enfermera ésta que
yo le digo estaba pero que de muy buen ver. Yo creo que lo hacía por morbo. Pero
cada cual tiene su teoría. Yo un día le toqué los pechos. Es a lo más que
llegué. Pues bien, iban contando que lo habían hecho con ella o que ella se
había dejado tocar y usted me dirá, ¿y qué hay de las mujeres internadas? Pues
allí cada cual podía probar bocado y las mujeres estaban muy espabiladas, no se
crea. Yo sin ir más lejos estuve liado con dos en el poco tiempo que estuve,
pero Héctor era un hacha, un tipo muy apuesto, un día se lo podría presentar o,
si lo prefiere, a la enfermera, si es que no la han echado ya. Mire, si le
pilla de camino podríamos hacer una parada, ¿le apetece?
ALGUIEN NOS FALTA
Me recuperé y fui al velatorio.
Él se llamaba igual que yo. Habíamos hablado contadas veces. Mis padres le
criticaban su falta de educación a la mesa. Yo le criticaba que tratase de
convencerme de la existencia de Dios. Estuve a punto de creer que había vida
después de la muerte, que había un más allá donde iban las almas caritativas,
un lugar donde conocer a todos tus antepasados y a los actores famosos que sólo
habíamos visto en películas en blanco y negro. Me imaginaba hablando con todos
ellos. Ahora que el cielo no es más que un recuerdo, me planteo si podría haber
hecho algo antes de su muerte. Pero la respuesta es no. Su respuesta también
fue no.
DIARIO DIDÁCTICO DE UN INTERNADO
La enfermera quiere que me vaya a
la cama justo cuando estoy a punto de dar un paso importante en la curación de
mi enfermedad. Hoy no han querido darme la medicación. La utilizan como forma
de control y, al no dármela, me están diciendo: “como no te portes bien te
eliminamos la salud”. Ellos dicen que hay que ser más ordenado con los
somníferos, pero, vamos a ver, si la medicación X sirve para dormir, me la
puedo tomar el día que la necesite, ¿o no? Hablaré con el psiquiatra. Si fuese
lo que ellos me dicen me darían la medicación hoy, y mañana me tratarían de
convencer otra vez para tomarla. Hoy quería tomarla a las 00:30, ¿qué hay de
malo? Me duermo a la 1:00 o a la 1:30 y ya está. Puede ser que, simplemente, al
decirme que me controlaban hayan reaccionado así: “No, no te medicamos, luego
no te controlamos”. La prueba de que las discusiones con las enfermeras me
causan daño es que antes haya sacado una conclusión tan retorcida, pero no
descarto que tenga algo de verdad.
Acabo
de tener una charla sincera con una de ellas y me ha demostrado que me aprecia,
que me quiere. Pero a veces tengo la impresión de que ciertas amistades hay que
cogerlas con pinzas. Mientras tanto en la pantalla grande del televisor, prometen nuevas pastillas efervescentes contra el dolor de cabeza. Y por la nuestra, tenemos que preocuparnos nosotros, de vuelta a nuestro programa donde decir "confusión" sería dar "demasiadas esperanzas"...
¿QUIÉN ES EL INFIERNO?
Sin esperar a cielo ninguno y observando ciertos infiernos
cercanos, metí mis manos en los bolsillos y saqué puñados de arena. Es todo lo que
ese mundo de chapas y plastiquitos me pudo ofrecer en el momento en
que descubrí que estaba en uno de tantos sueños posibles. Uno siempre es uno
mismo en el sueño. No hay engaño posible. Quienes cambian son el resto de personas.
Se sustituyen unos a otros, adoptan identidades insospechadas. ¿Quién es el
cielo?, ¿quiénes son los infiernos? La respuesta siempre es “uno mismo”. Pero
después, cuando uno despierta y se ve obligado a compartir vivencias sobre el
único Más Allá puede preguntarse: ¿colaboran ellos con el cielo y el infierno
-mala suerte, se unifica-?, y preguntar:
¿tu eres el Demonio -Dios no puede existir-. No te responderán. Fingirán que no
te entienden o te tomarán por loco. Y tendrán razón. Te has pillado en un mal
momento. Como mucho algún gracioso hipócrita te dirá: ¿es que no se me ve la
aureola de santo? Otro más sincero te dirá: ¿quieres incorporarte a mi Ejército del
Mal?
No
hablo de conspiraciones. No hay conspiración alguna. No hay destrucción
sistemática hacia mi persona. Antes, cuando creía que la había no podía
razonar, pensar de forma realista. Esto no quiere decir que ahora mientras sigo
sacando arena de mis bolsillos le dé la razón a aquellos que pensaban que la
esquizofrenia -donde no hay playa- es una clase de idealismo. Que esta
enfermedad fomenta posiciones idealistas frente al mundo es totalmente cierto.
Además es difícil encontrar ateos entre los sicóticos –los que nunca han
caminado por la arena- y es fácil de comprender. Las personas que han sido
torturadas se vuelven creyentes en ese momento, ante la desesperación. Por
igual un paranoico -el que se pierde en el mar- o un maniaco-depresivo - el que
se hunde en la arena- no te podrá responder sinceramente, porque su verdad le
asusta. Ha sustituido un hecho dramático de su vida por una pregunta aún más
chocante ¿quién soy yo?, ¿quién me persigue?, ¿cómo puedo burlar(me de) la
muerte?. Nunca te dirá “el infierno soy yo y sólo en ocasiones los demás”, su
respuesta más bien será: “el infierno son siempre los demás”. Pero... ¿no hay que
abandonar la ceguera, tender puentes y pedirlos.? La playa es la unión de cielo
e infierno antes de su disolución en otra cosa que sospecho desde ya, pero a la
que no puedo ponerle imagen. De momento, procuro salir del sueño y me ubico en
esta realidad que tiende sus rayos de sol y me da un recibimiento que no es el
que deseo, ni el que merezco, pero que tengo que aceptar. Cambiaremos la
realidad, que se asemeja más a infierno que a cielo antes de que todos
nosotros, llamados lacras y enfermos la hayamos sustituido en nuestra
conciencia por un paisaje de película del oeste. Día a día, de los bolsillos,
un grano de arena, haremos una playa, esa gran ausente en el sueño.
OBJETIVAR EL DELIRIO
Por cuantos hombres y mujeres
murieron en plena ascensión yo hice el intento de objetivar mi delirio y si es
verdad -y quien quiera juzgar la verdad de mis palabras está en su derecho- que
establecemos relaciones fuera de nuestra voluntad, decía como quien dice
borracho y con una letanía de pedante que no se soporta: corramos todos a hacer
algo y subrayaba la peligrosidad de no hacer nada explicando la metáfora de
Rimbaud muy a la americana: “¡es urgente! ¡es urgente!”. Y subrayaba como si el
otro no pudiese hacer ese esfuerzo, un esfuerzo parecido al que hago yo ahora
mismo al coger el bolígrafo, subrayaba “nuestra liberación” y hacía saber como
un maestro al que sus alumnos le tiran avioncillos. Señalaba: no la suma de
liberaciones –yo no advertía que también era una opción, y nada desdeñable-,
sino liberación COMPLETA o, más modestamente, crear sus bases materiales, y
dicho esto me entraba un alivio como de correrme en tus pantalones y hasta mañana, te
quiero, tengo mucho sueño, mañana hay curro y gritaba a la humanidad en pleno
acto desesperado:
- ¡Para que cada uno valore...! (y soltaba un rollo indecible)
Pero
en seguida empezaba a dudar de mis sentencias. Vuelta a construir. Pero no
partía de cero. ¿Felicidad en abstracto? No. Tampoco era la pregunta adecuada.
Tenía una respuesta, pero no tenía la pregunta: es difícil pensar un futuro
concreto que se cumpla, que sea verdad. Todas las utopías han sido destruidas
por la aleccionadora realidad. Entonces, ¿qué pensar?, ¿qué podía aportar yo a
la humanidad ante la que gritaba, ante la que me arrancaba los cabellos y ante
la que enmudecía para oír su sonoro silencio? Nada, era tan duro y tan sencillo
como eso y es entonces cuando uno puede decir con justicia –está jodida la
justicia para el maníaco, quien me lo iba a decir- que no encuentra la razón de
su tortura, de su autoflagelación. Porque la respuesta –y la pregunta- es bien
sencilla mis queridas paredes, ¿qué podía hacer? Podía hacer lo que se ha hecho
toda la vida cuando no servías para nada: escribir.
PUERTAS QUE SE CIERRAN, PUERTAS
QUE SE ABREN
Todos en el
bar se preguntaban qué hacía ese tipo haciendo gestos extraños. “Ve y
pregúntale”. “Igual está ensayando una obra de teatro”. “El chaval está loco”.
“Está borracho de cojones”. “Es el delirium tremens”.
El
tipo se levantaba, parecía que estuviese dando cuchilladas y puñetazos. “¿A
quién está rematando?”. “Este tipo es peligroso”. “¿Lo conoces?”. “Vámonos,
esto me da mal rollo”.
El
barman fue hacia él, tal vez para decirle que detuviese sus tentativas, fuesen
cuales fuesen. Un cliente le paró los pies, le dijo en voz baja:
-Hey, déjalo.
- No puedo dejarlo, va a espantar
a la clientela
-Yo soy la clientela
- Voy a preguntarle a los demás.
Los
demás ya se retiraban
- No se marchen. Le puedo decir
que se vaya, si quieren.
Nadie
contestó. Dejaron un billete y se largaron. El barman fue directo a él. Intentó
disuadirlo.
- Mira, chaval, estás haciendo
gestos. Lo digo por tu bien, vete para casa.
- Di más bien que asusto.
- ¿Es que eres consciente de lo
que haces?
- No, pero ahora he tenido una
chispa de lucidez.
- ¿Vas a parar?
- No puedo prometerte nada.
- Mira, te dejo que te quedes si
haces un esfuerzo por no hablar solo ni hacer gestos.
El
barman se retiró. El joven sentado enfrente le preguntó qué le había dicho.
- Le he dejado las cosas claras…
¿por qué tienes tanto interés en que se quede?
- Le leo los labios. Tiene una
buena montada.
- ¿ Y qué dice?
- Está discutiendo con sus
padres. Más no debo decirte. Sería violar su intimidad.
- Tampoco quiero saber más. Me da
miedo.
- Yo estoy acostumbrado. Soy
psicólogo, ¿sabe? Y creo que el chaval necesita tratamiento.
- Lo que sea pero que deje de dar
el espectáculo.
- Tráeme una caña si es posible.
Ahora
el tipo se llevaba las manos a la cabeza. Fue en ese momento que entré al bar y
lo vi.
- ¡Coño, Rafa!, ¿qué haces tú
aquí?
- ¿Quién eres tú? Yo a ti no te
conozco.
- ¿Cómo que no me conoces? Soy
Javi, ¿no te acuerdas? De la Universidad
- Si eres mi amigo dile al hombre
aquel que deje de observarme.
- ¿Te encuentras bien?
- No.
- Ven, vamos a tomar el fresco.
- No, yo me quedo.
- Bueno… ¿me puedo sentar?
- Haz lo que quieras.
- Cuéntame, ¿qué es lo que te
pasa? Antes nos contábamos nuestros problemas.
- No es verdad, de los dos sólo
yo tenía problemas. A ti te fue siempre bien.
- ¡Ah! Ahora me has reconocido.
- El tipo ese cree que yo soy un
espectáculo.
- ¿Por qué dices eso?
- ¿Te acuerdas que ya en la
universidad empezaron mis problemas?
- Sí, pero eso ya está superado,
¿no?
- Hace un momento me estaba
montando yo aquí mi propio teatro.
- No te entiendo.
- ¿Nunca me viste hacer nada
raro?
Se
hizo un gran silencio.
- Bueno, me tengo que ir- dije.
Me despedí y me dirigí a la mesa de enfrente.
- Oiga, ¿usted estaba observando
a mi amigo?
- Sí, no pude evitarlo. Soy
sicólogo, ¿sabe? Me es imposible desconectar de mi trabajo.
- ¿Me estás tomando el pelo?
- No, y si quiere hacerle un
favor a su amigo, yo le diría que venga a sentarse conmigo, y charlamos.
Quédese usted también
- Mire… yo no quiero meterme en
más follones. Acérquese usted.
- ¿Y qué le digo?
- Usted sabrá más que yo, ¿no es
psicólogo?
- En realidad acabo de terminar
la carrera.
- Bueno, y yo la terminé hace dos
años… ¡y a mí qué me cuenta!
- ¿Estudiabais juntos?
- Sí, y no pienso decirle nada
más.
- Dime, ¿dónde estudiaba él?
- A mí no me la cuela.
Ahora
quien observaba era Rafa. Se decía a sí mismo que no querían hacer nada malo
con él. Algo le guió hacia donde estaban.
- Ambos estudiamos en Madrid.
- ¿Has estado escuchándonos?
- Bueno, ahora que os conocéis
puedo largarme, ¿no? Perdona Rafa, pero sabes que a mí estas cosas no me
gustan.
- ¿Te llamas Rafa? Bien, yo me
llamo José Márquez. Mucho gusto, ¿cómo te encuentras, Rafa?
- ¿Y cómo quiere que me
encuentre? Lo malo es eso que por mucho que me busco, no me encuentro -trata de sonreír.
- Bien, con eso sólo no puedo
saber qué te pasa. Pero iré al grano, te propongo una cosa: tú pones el deseo
de mejorar, o de curarte, si lo prefieres, y yo pongo el deseo de saber.
- Bueno, yo me voy. Espero que
todo te salga bien. Te he escrito mi teléfono para cuando te sientas mejor.
Y
me fui. Nunca más supe de Rafa y creo que él tampoco supo de mí, aunque
desearía que fuese de otra forma... mientras buscaba el coche que tenía aparcado
cerca de allí recordé que había quedado con una persona, un contacto que uno
hace por internet, en el mismo lugar del que venía. Y no podía volver. Algo
superior a mis fuerzas. De camino a mi casa, conduciendo, estuve recordando que
Rafa me contaba, hace ya tiempo, que tenía unas discusiones terribles con sus
padres. Este cuento no acaba ni bien ni mal, a mí se me cerró una puerta y a
Rafa se le abrió una. En cuanto al psicólogo, quiero pensar que se abrieron de
par en par las ventanas del conocimiento.
DÍAS DESPUÉS DEL VELATORIO
DÍAS DESPUÉS DEL VELATORIO
Este cuento
terminará algún día. Tal vez el día que me haya cansado de escribir, el día que
me haya muerto o dentro de unos minutos. Van a dar las doce.
Siento
que es nuevo todo lo que me rodea, pese a que lleve tiempo conviviendo con
ello. Siento, y sentir es cálido abrazo con que se asciende. Ascendiendo veo
las cosas más grandes. Y lo grande es poder verlas sin taparse ni un solo
momento los ojos. Ojos. Hay que mirarlos para que, de nuevo, todo sea cumbre
anciana. ¿Me oyes abuelo? Sé que me oyes porque palpito, y no necesito prueba
para ello. Tú habitas la noche y el llanto. Tú, que no te pudiste enjuagar con
la lluvia y derrotar al ácido. Que me desconociste cuando probé el sabor amargo
del gusano.
Bebo,
y beber es frío rechazo, apatía o vergüenza que mostraste ante los hijos de tus
hijos. Pariendo veo mi grito más ancho. Y poder ensancharse es retener tu luz y
tu sombra en la memoria. Memoria. Hay que sacarla del olvido, para que sigas
gastando suela sobre mis mismas aceras. ¿Me oyes? Sé que no me oyes porque taparon
tus oídos y no necesito prueba. Tú recorres la noche y saltas sobre el llanto.
Tú que duermes sin paz, por decirlo cristianamente, que desconoces que este
cuento terminará algún día o ahora, mientras van a dar las doce y quedan pocos
minutos para que todo sea oscuro.
DESCOLGADO
Me despertaron unos tipos que no
conocía de nada. “Acompáñeme, tengo que mostrarle un lugar”- habló uno de
ellos. Sus caras me eran familiares, y parecían tristes. Pensé que alguien así
no podía hacerme daño. Los seguí. Ellos no me forzaron en ningún momento. Uno
de ellos rompió a llorar y quedó descolgado. “¿No le ayudáis?”. “Es mejor que
lo cavile él solo… lo que te vamos a enseñar es duro, no sé si podrás
aceptarlo”. “No es una cuestión de aceptarlo o no, es de tripas, de tener
tripas”.
Ahora
discutían entre ellos. Decidí que tenía que continuar. La gravedad, el ambiente
o el sueño habían cambiado su lógica. Yo también cavilaba. Ellos caminaban
hacia un lugar que me era desconocido porque conocía sus pasos. Había visto a
esos hombres el día que murió mi padre. No tuve más remedio que seguirlos.
Habían cambiado su vestimenta. “Parad un momento”. “Lo sentimos, tenemos que
llevarnos a tu padre”. “¿A dónde os lo lleváis?”. “Estará bien, tú tranquilo”.
“¿No puedo decirle algo?”. “Tu padre no te puede hablar”. “¡Dejadme que lo
vea!”
Desaparecieron
y me dejaron en pasillos laberínticos que yo sólo no podía recorrer. “¿Era esto
lo que me tenían que enseñar?”. Golpeé el suelo con el puño y sentí dolor.
- Despierta, despierta.
- No serás tú uno de los tipos de
antes- le dije una vez me hube ubicado.
- Esto no es un sueño, estás en
el Hospital.
ABRAZO, DISPARO Y BESO
Recuerdo que esa noche soñé que
mi padre y yo llegábamos a un acuerdo sobre quién tenía que morir antes. El
acuerdo fue: los dos al mismo tiempo. Así que nos abrazamos y apuntamos los dos
al mismo tiempo a las sienes del otro. Yo caía y veía, ya desde el suelo, como
mi padre, al fallar mi disparo, se pegaba un tiro y quedaba tendido a mi
costado. Me intentaba besar en la frente, pero no podía. Después, nada pasó
sino el silencio, aquello de lo que todos nos formamos una idea, pero siquiera
podemos imaginar.
CREARLO
Me da miedo el mundo, la
inmensidad de esos ojos brillantes ante los que retrocedo. No puedo aguardar a
una salida repentina. Ante mí se abren los caminos. Pero ninguno de ellos
inventa el planeta. Puede que no se trate de eso. Es todo el entramado, toda
esa red de gemidos y un monótono pitido que antecede a la náusea. Luego, no
existir. No queda más remedio que la pequeña muerte. Ni siquiera poder ver el
descanso después de la agonía, mi propia sangre.
¿Hay
alguna voz alentadora? Repito: ¿hay alguien que desde el infierno llamado
tierra pueda esconderme de las miasmas? Todo el pensamiento ya esta creado. O
tal vez no, pero lo importante es crearlo en mi cuerpo… ¿y si creo un artilugio
que me permita dormir cuando mi mente se bifurque?
Deseo
tener los ojos que asustan a mis piernas. Soy ágil a la pluma. Vuelco mi
persecución conforme me lo dicta el pasado delirado, vuelto en luces. Tengo que
enfrentarme a lo pantanoso para poder salir ahí afuera, para dejarme más allá
de mi cuerpo en otros cuerpos. Ser, cambiar en un movimiento sin pausa, o
derrota total. Hilvanar el grito. Rozar y tocar otras locuras más razonables y
transitorias. Lo he creado. Estoy satisfecho. Ahora podré dormir y soñar con
una mujer vestida de ángel.
NO SOBRA EL PAN
Embadurnar la soleada vista con
un chorro de voz. Casi como mea el joven en la esquina de noche y es así
agraciado con la suciedad del domingo, cuando despiertan los cantos de las aves
y los coches que pasan por la avenida, unos dirección al desierto y otros hacia otro
desierto más habitable, el del amor. Pues así es concedido a los que no han
sacado todavía todo el miedo y la alucinación. El pan que falta cada día.
Porque tan sólo olemos y vemos hornearlo como víspera del imperio de la
abundancia. Y a veces catamos las migajas de la razón y la pasión mesuradas, y
nos parece el mejor vino, a nosotros: locos, demoníacos, colifatos.
TEATRO EN LAS RUINAS
“Si hemos de abocarnos al
infierno, que sea solícitamente y en soledad, ¿no piensas lo mismo?” –se dirige
directamente a ti-. “Al otro lado de los montes, mientras él habla y propone
misiones desevangelizadoras mediante el consumo de extremos euforizantes, el
otro, ese otro que se identifica con los habitantes del subsuelo imaginario,
coge la pesada carga de la angustia sin freno y desliza sus amaneceres como
palabras de un volcán. El magma de esta historia somos nosotros – se lleva la
mano al corazón-, malditos aburridos, niños terriblemente déspotas, que
embarcamos en nuestro proyecto de fin de mundo a la predicadora, al estudiante
indeciso, a todo aquel que se dejase atrapar –parece que va a volar-. Contra él
sólo existe el odio, y quien tiene odio ha sido víctima que ahora trata,
desempeña la labor impulsiva de la venganza. Con él sólo están los que fingen
cordura y tratan de convencer y que su verdad vuelva a ser dogma. No. Nosotros
hemos elegido el camino de la destrucción –golpea el suelo-. No somos los
primeros, ¿seremos los últimos? El demonio vestido de ángel –señala los montes-
apura hasta la última gota y el querubín aspirante a duende –ahora hacia el
bosque- pide otra ronda en los suburbios. Fingen paciencia y el límite hace
tiempo que pasó a ser una palabra hueca. A quién matar hoy. Hoy podremos matar
por fin al padre –sus ojos se iluminan- el perseguidor de mares, de esa dulce
realidad que se intuye después del
éxodo, la represión, el olvido. Alzaremos nuestra bandera, nos será obsequiada
por un infante, y por sobre las ruinas aparecerá el arcoiris para sellar un nuevo
pacto. Pero habremos recogido de nuestro padre algo más que las lascas y la
explosión de ira –una lágrima resbala-. Al otro lado de la llanura conversadora
el demonio vestido de ángel envidia tu quietud, tu carcajada y sobre todo que
busques a tu madre entre las casas derruidas y el gas azufrado. El niño corre
tras la gaviota. Él perdió hace tiempo a su paridora. Desde entonces los cielos
imperfectos sacuden las espirales, las olas, su corto entendimiento, lo que no
se deposita en el mundo, aquello que no le es devuelto, lo que se define por su
ausencia. Se tapó los oídos ante los que le decían ´dalo todo`. Pero él había
dado hasta su último aliento. El niño corre tras la paloma. Y si es una
ascensión, un parto visto con los ojos de un niño, es posible construir hoy. El
querubín aspirante a duende decide no seguir al maestro, corre también detrás
de su paloma. Él se desviste. Nosotros ya nos lo imaginábamos. Decidimos
intervenir antes de que la locura alcanzase al niño. Todas. Todas las palomas
vuelan o volaron hace tiempo. Decidimos no seguirle el juego a ese ángel o
demonio, poco importa, ni cuantas capas tenga. Nos hemos cansado de jugar. “Tú
–parece hablar con otra persona- deja que el niño se divierta y juegue en lo
que queda de ciudad. Y tú, poco nos importan tus historias de miedo. Queremos
un final feliz, y la única forma de lograrlo es que desaparezcas con tu duende
y nos dejes ante los cielos imperfectos”.
No
dijeron palabra. A algunos nos defraudó. Queríamos resarcirnos después de la
guerra. Las mujeres hablaron pero de nada sirvió. Tú sigues sin moverte, ¿por
qué no me respondes?, ¿no es suficiente mi amor? Dime ahora que todos se han ido,
cuéntame como ganasteis la batalla, cuéntamelo, por favor –te zarandea-.
Una
paloma se posa sobre tu cuerpo. Pero ella ya se ha ido. Ni siquiera se atrevió
a darte sepultura. Pan sobre los muertos.
LA RIQUEZA DE JUAN
- Ya acaba esta pesadilla. Se
hizo de rogar este sol que nos ciega y nos hace ver en la oscuridad de los
párpados cerrados o entornados. Mirar o no mirar, o ir más lejos, no hacia la
luz, sino dejar que la vista seleccione esos pequeños objetos como soles que no
dañan artefacto tan preciado. O personas que son soles. No Sonsoles, aunque
también. Podría estar aquí con nosotros de no ser porque ella tiene miedo a los
esquizofrénicos. Santiago, que va mal vestido aunque lleva una vida más
ordenada que desastrosa nos está observando con cara de amigos peligrosos, y
Patricia, que sólo llora por el ojo izquierdo, no porque le falte uno de
nuestros –repitámoslo- artefactos tan preciados, sino porque le sobra corazón;
pues bien, Patricia no quiere seguir viniendo a nuestras reuniones. Le tiene
miedo al miedo, lo cual es no es tan distinto de tenerle asco al asco -eh,
Juan-, y nos viene, en este caso, como soléis decir, al pelo. Por cierto, Juan,
que callas como un político profesional –que no profesionalmente- bien te
vendría que Estefanía hiciese artesanía con tu cabello. Déjate, hombre.
Mientras Santiago se sacude las malas pulgas y Estefanía calla como otro
político… ¿a vosotros qué os parece, le ponemos nombre?
- ¿A esta reunión?- responde
Estefanía dispuesta a contradecir a su terapeuta.
- No, mujer, a los dos políticos,
tú y el borde de Juan- Patricia dice, sonriendo, tan elocuente como acostumbra
desde hace no mucho.
- A mí no me coloquéis el
sanbenito de político- saliendo de su pesadumbre, la voz de Juanito se eleva
por encima de las demás.
- ¿Y si ellos dos son los
políticos, nosotros qué somos, el pueblo?- la voz tímida de Santiago es apenas
percibida por el resto.
- Yo no digo que ellos sean los
políticos y vosotros el pueblo. Pero pienso que la política ha tenido una
implicación, un significado en vuestras vidas- dice la terapeuta, intentando
aclarar las cosas.
- No te jode, ¿y quién no ha tenido
algún problema por culpa de los políticos?- enervado, Juan no puede evitar un
gesto de incredulidad.
- Bueno, como dice Santi, ¿no se
trata de los empresarios y no de los políticos?- dice Patricia.
- ¿Hay mucha diferencia?-
pregunta Santiago, esta vez sí, alto y claro. Una carcajada le es devuelta de
las manos de Patricia y Estefanía. La terapeuta, llamémosla Gloria, asiente
orgullosa. Juanito hace gestos de desesperación.
-No sé como podéis reíros de esto
–va elevando el tono-, yo lo veo como una humillación. Lo siento pero no puedo
reírme de toda esta mierda –se contiene el tono de voz, parece que va a llorar.
- No nos reímos de ti, Juan. Yo
por lo menos no lo hago –la terapeuta logrando sinceridad, que Juanito no
comprende, no es capaz de valorar.
- Puede que tengas razón. No. La
tienes. A veces es preferible llorar que reír – Estefanía mueve las tijeras-
¿quieres que te corte el pelo y así te relajas?
- No necesito relajarme- dice
Juan, sosegado, sorprendiendo a Santiago.
- ¿Sigues pensando que nuestra posición
es cómoda porque provenimos de la clase media?- Santiago intenta que Juan
aclare sus sentimientos con respecto a él. Gloria lo percibe.
- ¿Lo dices por ti o por los
demás? Por mí no lo digas, mis padres son clase trabajadora, pero trabajadora,
trabajadora- Gloria, por un momento, parece decida a implicarse.
Patricia
y Gloria ríen muy a gusto, Juan esboza una sonrisa, Santiago no comprende y
Estefanía hace un ademán con las tijeras.
- Se acabó la broma, no
aproveches la ocasión Estefanía- pero la que no acaba de reírse es Gloria.
Santi decide meterse de lleno:
- Yo sólo quería introducir un
debate, si queréis, acerca de cómo Juan parece despreciarnos, y a mí en
concreto, por tener más comodidades que él.
- No hurgues en la herida- otra
sonrisa de parte de Juan, esta vez dirigida a un lugar que no es el de la
reunión.
- Bien, parece que Juan ha
superado su envidia. Ahora tienes que ser tu Santi, Santiago, el que dé el
siguiente paso.
- ¿Y en que…-Santiago parece un
abatido en la batalla-… ¿en qué consiste ese paso?
- Tú lo sabes mejor que nadie-
Gloria responde.
- Que dé todas sus riquezas a la
Revolución- susurra Juan, pero es escuchado por todos.
- Eso, eso- Patricia se pone a
corear- ¡dalo tó! ¡dalo tó! ¡dalo tó!
Estefanía
la secunda y después se une Juan:
- ¡DALO TÓ, DALO TÓ, DALO TÓ!
El
edificio parece arder. ¿Puede ser la danza del diablo, que a nadie deja indiferente?
Esta
historia termina con el aplauso inmenso de Gloria. Patricia y Estefanía
danzando frenéticamente. Con la inhibición de Santi, pobre Santi.
Afuera,
cae la noche. Pero continúa. Gloria continúa, Juan continúa, ¿Santiago
continúa?, ¿Estefanía continúa?...
- Bueno, ¿y vosotras dos qué?-
Juan ha tomado un impulso que será para siempre.
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