PARA UNA
JUVENTUD COMBATIVA (en torno a la conversación con un camarada del PCPE)
Voy a
ponerme “teórico” si no te importa sobre algunas cosas que hablamos. No te he
dicho que es un placer hablar contigo. Además de especialmente edificante.
Sobre la
idea de que la juventud está tremendamente alienada y es consumista. O, dicho
de otra forma y cambiando un poco el contenido “que está alienada por el consumismo”. Quiero expresar
algunas ideas pese a que ya soy lo suficientemente “viejo” o mayor para militar
en los CJC.
¿Alienada de
lo que le es propio?, ¿qué sería lo propio de la juventud si efectivamente no
estuviera alienada de su condición: de lo que le haría tomar las riendas de sus
vidas o por lo menos conscientes de sus potencialidades y una libertad a conquistar?
No creo que
la “inocencia” sea una característica que la defina para siempre si esta
inocencia es equiparable a una ignorancia retrograda. La inocencia puede ser
una palabra que nos sirva si va aparejada al juego, a lo lúdico, a la fantasía…
es cierto, es una palabra confusa: un revolucionario no puede ser inocente
(porque debe ser realista) y un asesino desde luego NO lo es (es culpable,
queremos decir).
Se dice que
la juventud es rebelde por definición. Y sí, quizás debamos huir de los calificativos
de “con” causa o “sin” causa; que algunos emplean para delimitar una actitud
revolucionaria, organizada; de un comportamiento un tanto caótico y sin un
objetivo claro. Y podemos huir de estas categorías no sólo por las burlas que
se dan si uno se define como un rebelde “PERO” con causa. Realmente es muy
sencillo decir que “mi causa es el socialismo-comunismo”; ocurre eso: que es
demasiado sencillo Y, en ocasiones, se olvida que debería ser otra la actitud y
con ella la formulación, en un sentido colectivo, de clase, como pueblo
oprimido, etc. Lo “otro” que puede estar muy bien para salir al paso, recuerda
tanto a James Dean que no ayuda mucho. Y, de hecho, ni siquiera uno –por la
película- va a saber lo importante de la cuestión; es decir, las diferentes
fases que atraviesa la rebeldía como individuo o colectivo, sea generacional o
continuista… pero desde luego que se focaliza hacia lo impuesto por una
autoridad o la autoridad misma. Ojo, aquí no se defiende la rebeldía contra
toda autoridad, sino la creación de verdadera(s) autoridad(es) que se puedan
cuestionar y rechazar cuando no cumplan su objetivo o su función.
Por lo
tanto, aquí se puede abordar el tema por varios caminos, compatibles según la
situación concreta que se viva: por un lado el grado de conciencia sobre los
derechos y deberes básicos, en este caso de la juventud; la sumisión o rebeldía
y dónde se supera una y/o cede la otra; y de cómo todas las autoridades,
¡claro!: las que serán inservibles en el socialismo-comunismo se sujetan y enredan
unas a otras con mayor o menor conciencia de quienes las defienden en el dominio de los movimientos obrero y
popular, tanto como en la educación-aculturación. De esto se puede extraer no
que la familia en sí misma sea inservible, sino más bien la familia patriarcal;
no el estado en sí, sino el estado burgués. También que ciertas estructuras de
dominación deben romperse… evidentemente la Iglesia no puede recibir ese trato
de favor y la patronal directamente no existiría.
La rebeldía
de un futuro revolucionario puede atravesar distintas fases. Y no confiemos
demasiado en que “se crece con dolor”: si uno sabe buscar las respuestas por su
cuenta, con sus amigos y camaradas, ¡con sus padres también!, la conciencia se
presentará con menos dolores y quebraderos de cabezas.
Cuando un
niño se rebela contra los deberes que le mandan del colegio, evidentemente no
piensa en organizar la revolución, pero ¡por dentro! YA está en guerra con la
institución educativa, puede que también con unos padres que vean con buenos
ojos la “práctica de los deberes”. Esto no concluye aquí: sigue con los
exámenes evaluativos, todo ese “microcosmos” del instituto: degradante y
aburrido, y la Selección –que no Selectividad- que se acomete entre estudiantes
de extracción popular y estudiantes de padres adinerados, con el objetivo de
borrar a la clase trabajadora de las Universidades. Llegados a este punto, y
aun no definiéndose con claridad como comunista (¿cuáles son los mínimos para
ser comunista?... verdaderamente es más difícil de lo que parece y aquí no se
puede abordar), uno puede considerarse revolucionario en el plano pedagógico si
defiende con esa rebeldía una propuesta de educación pública, gratuita,
científica y participativa… ¡claro que la revolución no se parcela! Pero las luchas
son sectoriales y existen muchos frentes abiertos a la lucha. Nosotros debemos
prevenirnos y curar –y ojalá que este “nosotros” se vaya generalizando lo más
posible- de que nos dividan más de lo que estamos; y debo aclarar que
“divididos” no implica, ni mucho menos, estar enfrentados.
Y, llegados
a este punto, ¿la juventud está alienada de una buena educación? Sí: no puede
tomar sus propias decisiones, consciente y libremente; no puede impedir
–todavía- que la sigan mintiendo desde las instituciones educativas o la TV y
otros medios de propaganda burgueses; no puede ser protagonista y actuar con la
frescura de ideas que le debe ser propia. Tampoco la institución familiar:
padres y hermanos, les asegura una aculturación “crítica”, podemos decir, sino de
supervivencia de costumbres e, incluso hábitos dañinos desde el punto de vista
bio-psíquico, también (que aquí no se puede tratar en profundidad), como
social: véanse las actitudes autoritarias, los rencores y rencillas, falta de
comprensión y otros factores que contribuyen al empobrecimiento, cuando no el
enrarecimiento de las relaciones domésticas, que se reflejan en “lo social”, de
distinto modo: copiando o extrapolando la situación familiar a la escolar o al
grupo de amigos. En definitiva: se favorece el mecanicismo tanto en lo
cognitivo como en lo conductual. Dicho de otra forma: no hay creatividad ni
ganas de superar lo que degrada o emponzoña.
Cuando
mencionas que la juventud es consumista yo entiendo que no es precisamente un
consumo responsable. El consumismo no es una persona sino una estrategia del
sistema para tener apartada a la juventud y a parte de los que no lo son, de la
crítica necesaria para reaccionar, ponerse en pie, y combatir. De ahí lo de
“refugio”, como contra-utopía: no un refugio para descansar de la batalla, sino
más bien para un esconderse, que al final no compensa.
Me acuerdo
de la frase de Wilhelm Reich: “el amor, el trabajo y el conocimiento son las
fuentes de la vida; deberían ser también las que la gobiernen”. Pienso que da
en el clavo, si además pensamos que era, además de un gran psicoanalista y un
gran organizador de la juventud antifascista… creo que la juventud termina y
empieza cuando uno interioriza –cada uno a su manera- el lema de Wilhelm Reich.
Se pueden hacer síntesis a partir de él muy productivas. Y desde luego el amor
no se consume, el trabajo tampoco, e, igualmente, el conocimiento. Habría que
buscar palabras de menor calado, para desacreditar dicho lema. El caso es que
uno se siente tremendamente joven con estos valores, porque son totalmente
necesarios a cualquier momento, en cualquier circunstancia. Ser conscientes de
ello, haciéndolo profundamente leninista nos dará más herramientas para que, en
fin, esas fuentes no se sequen y podamos gobernarnos y no ir a la deriva…
¿Es el
consumismo lo más preocupante en la juventud? Es un factor que nos aliena. Pero
igualmente parte de la juventud depende ideológicamente de sus padres, de una
generación que pudo luchar por la revolución y ni siquiera consiguió una república
burguesa… así se puede entender parte del pasotismo: “la política no sirve para
nada”, o lo que es lo mismo: “no existe política obrera, o para los pobres”,
etc. La juventud está despolitizada y, además, no nos engañemos, la mayoría de
quienes opinan sobre política –sea lo que sea esto- no tiene claro unas cuantas
certezas o evidencias, ni tampoco un objetivo claro.
Lo
preocupante del consumismo no es el hecho de consumir, si no de la compulsión y
estereotipación del mismo, especialmente esto último, aunque el motivo profundo
es la necesidad de gastar un dinero que se tiene en el momento sin tener la
seguridad de obtener el mismo en el futuro. Hablamos de que la forma de
consumir, que además no es responsable por que se desconoce el proceso de
producción, es ritualizada también viernes y sábados, que se preparan a veces
durante toda la semana para tenerlo “todo a punto”: coche, bebida, ropa a la
última moda, etc.
A mi modo de
ver el consumismo se puede englobar –si hacemos por un momento caso omiso del
aspecto económico, lucrativo del mismo- en un problema aún mayor. Hay algo que
les aleja y nos aleja de la rebeldía (no sólo frente al sistema educativo). Es
lo que se ha llamado “normalidad patológica” (W. Reich, Erich Froom, Hannah
Arendt). Nadie quiere decir que ser “normal” no esté bien o, al menos, que
cierta normalidad no sea positiva si con ello se están asegurando unos mínimos
principios rectores, allí donde hagan falta, que son, si se me permite la
expresión: “casi todos los lugares”.
La medida de
la peligrosidad de esta normalidad patológica no es sólo que induce a la gente
humilde y trabajadora a asegurarse un trabajo en malas condiciones, un
matrimonio en la perspectiva de sacar adelante una nueva familia, con una
vivienda “digna” –ni siquiera se sabe muy bien qué significa esto de vivienda
digna-. Y mientras todo esto se consigue, esperando en ocasiones que llueva del
cielo, este hombre patológicamente normal “se va de putas”, le importa tres
cominos el respeto hacia una familia que al menos le acoge y le alimenta. Se
aleja, en definitiva de los problemas sociales porque, en lo más inmediato, ha
renunciado a la cordura y a la libertad. No reclama ni trabajo ni vivienda ni
una vida verdaderamente digna y para todos, en la perspectiva de la superación
del capitalismo: es en lo personal muy individualista y en lo político
potencialmente gregario…
¿No son
personas así caldo de cultivo del fascismo? Es evidente que la oligarquía,
asustada por las fuerzas obreras y populares, en determinado momento consigue
echarse a la calle, no sólo con el brazo estirado, se esté “más convencido o
menos con el nuevo führer”, si no con un soporte de los que al principio se
quedan en casa: “esos” consumidores irresponsables, toda la gente
despolitizada, muchos resignados, e, incluso, lo que le parecerá más grave a un
posible lector “de izquierdas”: posibles compañeros de lucha sin la suficiente
audacia o valentía. Todo esto si partimos de que no haya algún atontado que
piense realmente que el fascismo “no será tan violento” o “pasará enseguida de
largo”.
Pensémoslo
un momento en clave de conciencia: aquellos que quieran seguir con un nivel de
vida lo más parecido al de antes (esto se escribe a mediados del 2013), es
decir: consumir gasolina, pagarse unas lujosas vacaciones, “darse los mismos
caprichitos de siempre” no moverán un dedo ni por la revolución ni contra el
fascismo; con la esperanza última de volver a su antiguo modo de vida. Los que
se resignen, porque “no ven de ningún modo el paso inexorable de la historia”,
o dicho de otro modo, que no creen en aquello de “el pueblo unido jamás será vencido”, etc., esta gente
que ha perdido toda o casi toda esperanza en un cambio importante, se
conformará con muy poco. Y, en fin, a los que les falte audacia o valentía para
acompañarnos, a los revolucionarios, serán el foco de atención de los medios de
propaganda y consenso, para que se pasen ¡decididamente! al otro bando. Siempre
han existido medios de desinformación fascistas o fascistizados, pero es algo
ya nauseabundo que se pueda criticar al PP a la derecha de este y nos quedemos
tan tranquilos… (ejemplo: Intereconomía). Para los dudosos frente a sus
televisiones, periódicos, etc. como para los que estamos hartos de sus
mentiras: siempre habrá policía, securatas…
Desde el
punto de vista de la juventud, pero sin confundir, que una cosa es la
normalidad patológica, otra mantener cierta normalidad en la vida y, de
distinto modo: destacar en algo, no ser “mediocre” (quizás quienes más derecho
tienen a aspirar ser genios somos los jóvenes, en concreto, los adolescentes);
la lucha se plantea en primer lugar porque no nos quiten de las calles, ni de
los centros educativos o el puesto de trabajo, de incidir en política y en “la
sociedad” antes de que se nos relegue todavía a un segundo o tercer lugar, del
cual no hemos podido salir sino en contadas ocasiones a lo largo del siglo XX…
y es curioso, porque la juventud no sólo florece en los poemas de Rubén Darío:
todas las grandes luchas sociales devuelven el protagonismo a la juventud. Así
el movimiento antifascista en nuestro país hizo despuntar a muchos jóvenes,
hombres y mujeres, que, por primera vez, tenían acceso a libros con que podían
resolver muchas dudas sobre el crecimiento y desarrollo corporales y
“espirituales”. Aunque cueste de aceptar, sigue sin haber mucha información
útil al alcance, pese a bibliotecas e internet: cuesta mucho encontrar algo
valioso, si en verdad no tienes un guía.
No es mi
propósito divagar, pero el tema es tan amplio que debo hacer una pequeña
mención: se dice que la juventud es orgullosa y no acepta consejos de los
“mayores”. Quizás si los guías fueran eso: personas expertas en recorrer un
camino, aunque a veces se alejen hacia el bosque para huir de la rutina…
No quisiera
entrar en discusiones sobre qué diferencia hay entre simple dictadura (una
dictadura burguesa, pero sin parlamento) y fascismo. Ni tampoco cual es el
nivel de represión que puede tolerar un pueblo o cual es el nivel de
movilización que puede tolerar la burguesía.
Simplemente
subrayar el juego macabro que se produce entre personas “relativamente”
normales –y siento ser tan impreciso, que cada cual entienda…- y el fascismo:
el fascista, investido de noséqué fürher –previa adjudicación de jerarquías- se
cree con la superioridad innata (y por lo tanto: suficiente) para guiar a su
pueblo, que antes se resignaba a la apatía, que vivía “en la rutina” como
nación ¿grande? a someter a todos aquellos que no se resignan a luchar por las
verdaderas injusticias. Ahí está: ¡¿cómo se puede decir que esto es “normal”?!
Si uno intenta hablar con un fascista, se dará cuenta que o bien es un ser
tremendamente soberbio, sádico o inmoral; o bien, es alguien muy mediocre. Es
el juego del gregarismo, que pocas veces se discute y se resuelve a tiros
–entre ellos-: o bien eres un líder (también muy mediocre), o bien eres un
soldadito mandado “que muere en el hielo rojo”. No hay ningún tipo de
racionalidad en esto. Como no la hay en un individualismo imposible. Lo difícil
es entender el triunfo momentáneo de esta mediocridad sin pretender ser
“sofisticados”. En verdad esta mediocridad se disfraza de ideas y realizaciones
estéticas sugerentes, se dota a la patria de un pasado glorioso enfrentada a
mil batallas siempre victoriosas. Dependiendo de la situación es más fácil o
más difícil que calen estas ideas entre la juventud. Y no debemos olvidar que,
aunque mediocres, son terriblemente peligrosos: esa mediocridad les hace ser
envidiosos, pero no de su líder, a quien se le protege, en este sentido con las
mismas honras que a la patria, si no de la gente desarmada –literalmente- con
quienes se pueden ofuscar y dar crédito de su sentimiento de inferioridad. Algo
realmente enfermizo que Wilhelm Reich llamaría “peste emocional”. Si no amas a
quien admiras, acabarás envidiando lo que amabas, rechazándolo y volcando ese
odio sobre lo realmente admirable, véase: no sólo el movimiento comunista de
los años veinte-treinta o el anarcosindicalismo o bien el expresionismo o el
psicoanálisis o el jazz, sino aspectos destacados de personas concretas: en
algunos su paciencia, en otros su amabilidad, etc.
En tanto
jóvenes, y combativos, se nos impone la lucha antifascista a medio o corto
plazo. Por convencer a nuestras filas más dudosas o indecisas, provocar nuevos
bríos a aquellos que perdieron el ánimo y, en fin, no rendirse ante el
consumismo…
Si no somos
pacientes con la resignación nos darán palos, pero si nos dormimos en los
laureles, los resignados entrarán en el juego –sin ellos quererlo- del silencio
frente al fascismo.
Desde el
consumismo no se criticará nada a fondo y se elogiará lo más trivial. Si no
nuestras palabras, las adversidades les convencerán.