Tengo ganas
de caer en la ridiculez de Kollontai que lloraba durante Octubre y ante uno de
sus posibles finales o como Ché Guevara en Bolivia, en una higuera de luz.
de caer como
Camus ante ese sol que ofusca o como Sartre que veía con sus ojos bizcos la
existencia en una angustia muy consciente y no sólo suya.
de caer como
Wilhelm Reich ante el rumor y la caza de brujas, pestes emocionales… o como
cualquier psiquiatrizado, alienado de su propia historia, sin voz muchas veces,
sin voto todas ellas
de caer como
todos esos jóvenes visionarios que se adelantaron a sus mayores, anclados en la
maquinaria del sistema y en su propio accionar automático carente de reflexión
de caer como
todas esas mujeres que llevan a cabo su propia liberación con sus pechos
ahijados, con su dolor de parto y su goce, y de no entorpecer su camino como
varón desde que ellas sangran, antes y después.
de caer como
Bertol Brech que nunca rehuyó la búsqueda de placer y de la solución a las
injusticias. Como Miguel Hernández retratado en la estrecha noche carcelaria
de caer como
Karl Liebkneck que hablaba de un pacifismo socialista, del que se reían los
diputados burgueses; o como un soldado del Ejército Popular Republicano.
de caer como
todos los que han buscado en su nación la libertad para el proletariado, el fin
de una explotación que tan bien describieron Marx y Engels, expatriados.
de caer como
todo filósofo, como Gramsci y las paredes del mayo francés, en diatribas sobre
el optimismo o el pesimismo, que sólo tienen solución en la más inmediata
práctica, en la táctica y la estrategia
de caer
quizás como un rapero o hombre de a pie que tiene que pisar la gran urbe y le
han negado el contacto con el bosque, allá donde hay bosque, donde ha resistido
al fuego
de caer como
Neruda y otros genios que quisieron hacer de algo muy propio o vulgar un
artefacto artístico; como Warhol, ante sus niñerías de colores, donde nunca fui
retratado (oséa: bien)
de caer como
Buddha en un silencio que lo diga todo
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