Seré breve:
hoy he
muerto
sojuzgado
por (la) belleza
de un poema
que jamás se
escribió.
No, no estoy
vivo…
déjense de
limbos
me arden las
lágrimas
mi sonrisa
no levanta
el tren de
tu amor.
Estoy
enterrado
bajo frases
entrecortadas
mi epitafio
está oculto
bajo flores
de vainilla.
Mi herencia
es un viento
que hiela
los pómulos.
Acordaos de
regar de paz
la tumba
fría de esta sopa
que se
inscribirá
en cielos en
venta…
Ya que no
soy breve
quiero que enrojezca
mi cuerpo
de fuego
en
antologías
de poetas
adolescentes
(aquellos
que todavía creen
que el
romanticismo
nació con
Shakespeare
y casi dice
su última
con
Auschvitz-Bierkenau…)
¡Qué
belleza!, ¿no?
Hay un
buitre que lleva
cual
ramillete
un mensaje
para el César
de tu
melodía de cantautor.
Esto es lo
que nunca se escribió
y muere en
tus manos
como un mono
que aúlla
mientras le
acuchilla
cada
palabra.
Que no miren
los niños
y las
mujeres no lloren
y los
hombres no besen
tan sólo por
decir algo,
por
derrochar carroña
en la boca
del psiquiatra.
Que mueras
tú también
ahogado en
antipsicóticos
mientras
vuela
una generosa
gaviota
un amable
camarada
te abraza
porque sí
-es cuestión
de verse-
que todos
terminen:
unos con el
abrazo del vómito
y otros con
el contacto
del cuerpo
caliente del otro.
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